Por Alizia Begue.
Y el día llegó. El 4 de junio, marcado en el calendario de casi 400 ciclistas y 200 voluntarios, amaneció soleado augurando una grata jornada deportiva. Caravanas, coches y furgonetas, provenientes de distintos puntos de la península, aparcadas en los campos y terrenos del pueblo. Duchas preparadas, comidas y mesas listas.
A las 5 y media de la madrugada llegaron los primeros ‘Dolorosos’ a recoger sus dorsales. Dos horas más tarde, desde la plaza de Lobera una traca anunció la salida de la prueba corta y la Ultramaratón. Los voluntarios, en moto, quad o todoterreno, esperaban dispersos por los montes a lo largo del recorrido. Los avituallamientos cargados de bebidas y alimentos para reponer las fuerzas que poco a poco, los ciclistas se iban dejando en cada tramo del monte de la Val de Onsella (el año que viene, pondremos más salado, prometido). En la plaza de Lobera todo dispuesto: voluntarios en sus puestos, mercadillo, puesto médico, y sesión de ciclo indoor a punto para comenzar.